Unamuno
Al público
Cuando me anunciaron su visita sonreí y le mandé
pasar a mi despacho.
Entró en él como un fantasma, miró a un enorme retrato
mío al óleo que preside mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.
Empezó hablándome de mi obra, demostrando conocerla
bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está! de halagarme, y en seguida empezó a
contarme su vida y sus desdichas. Había leído un ensayo mío en que, aunque de
pasada, hablaba del suicidio, y no quiso dejar este mundo sin haberme conocido.
Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de
su vida sabía yo tanto como él, y se lo demostré citándole los más íntimos
pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero
terror y como quien mira a un ser increíble; creí notar que se le alteraba el
color y la traza del semblante y que hasta temblaba. Le tenía yo fascinado.
Augusto
¡Parece mentira! ¡Parece mentira!... No sé si estoy
despierto o soñando...
Unamuno
Ni despierto ni soñando.
Augusto
No me lo explico..., no me lo explico; pero puesto
que pareces sabes sobre mí tanto como yo mismo, a lo mejor sabes que es lo que
voy a hacer...
Unamuno
Sí. Tú, tú, abrumado por tus desgracias, has
concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo, movido por algo
que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a consultármelo.
(Augusto tiembla, azogado, mirando a Unamuno como
un poseído. Intenta levantarse; no puede, no tiene fuerzas)
¡No, no te muevas!
Augusto
Es que..., es que...
Unamuno
Es que tú no puedes suicidarte,
aunque lo quieras.
Augusto
¿Cómo?
Unamuno
Sí. Para que uno se pueda matar a sí
mismo, ¿qué es menester?
Augusto
Que tenga valor para hacerlo
Unamuno
No, ¡que esté vivo!
Augusto
¡Desde luego!
Unamuno
¡Y tú no estás vivo!
Augusto
¿Cómo que no estoy vivo? ¿Es que he muerto?
Unamuno
¡No, hombre, no! Te dije antes que no estabas
despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
Augusto
¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!
¡Acabe de explicarse!
Porque son tales las cosas que estoy viendo y
oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
Unamuno
Pues bien: la verdad es, querido Augusto, que no
puedes matarte porque no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
Augusto
¿Cómo que no existo?
Unamuno
No, no existes más que como ente de ficción; no
eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de
mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he
escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, como
quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Augusto
(pausa larga, mirando a Unamuno y todo lo que le rodea,
pensando)
Mire usted bien, don Miguel..., no sea que esté
usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se
cree y me dice.
Unamuno
Y ¿qué es lo contrario?
Augusto
No sea, mi querido don Miguel que sea usted y no yo
el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo ni muerto... No sea
que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo...
Unamuno
¡Eso más faltaba!
Augusto
No se exalte usted así, señor de Unamuno, tenga
calma. Usted ha manifestado dudas sobre mi existencia...
Unamuno
Dudas, no; certeza absoluta de que tú no existes
fuera de mi producción novelesca.
Augusto
Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez
dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha
sido usted el que no una, sino varias veces, ha dicho que Don Quijote y Sancho
son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?
Unamuno
No puedo negarlo, pero mi sentido al decir eso
era...
Augusto
Bueno, dejémonos de esos sentires y vamos a otra
cosa. Cuando un hombre dormido e inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que
más existe? ¿él como conciencia que sueña, o su sueño?
Unamuno
¿Y si sueña que existe él mismo, el soñador?
Augusto
En ese caso, amigo don Miguel, le pregunto yo a mi
vez: ¿de qué manera existe él, como soñador que se sueña, o como soñado por sí
mismo? Y fíjese, además, en que al admitir esta discusión conmigo me reconoce
ya existencia independiente de sí.
Unamuno
¡No, eso no! ¡Eso no! Yo necesito discutir, sin
discusión no vivo y sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me
discuta y contradiga, invento dentro de mí quien lo haga. Mis monólogos son
diálogos.
Augusto
Y acaso los diálogos que usted forje no sean más
que monólogos...
Unamuno
Puede ser. Pero te digo y repito que tú no existes
fuera de mí...
Augusto
Y yo vuelvo a insinuarle a usted la idea de que es
usted el que no existe fuera de mí y de los demás personajes a quienes usted
cree haber inventado. Seguro estoy de que serían de mi opinión don Avito
Carrascal y el gran don Fulgencio...
Unamuno
No mientes a ese...
Augusto
Bueno, basta; no le moteje usted. Y vamos a ver,
¿qué opina usted de mi suicidio?
Unamuno
Pues opino que como tú no existes más que en mi
fantasía, te lo repito, y como no debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé
la gana, y como no me da la real gana de que te suicides, no te suicidarás. ¡Lo
dicho!
Augusto
Eso de no me da la real gana, señor de Unamuno, es
muy español, pero muy feo. Y además, aun suponiendo su peregrina teoría de que
yo no existo de veras y usted sí, de que no soy más que un ente de ficción,
producto de la fantasía novelesca o nivolesca de usted, aun en ese caso yo no
debo estar sometido a lo que llama usted su real gana, a su capricho. Hasta los
llamados entes de ficción tienen su lógica interna...
Unamuno
Sí, conozco esa cantata.
Augusto
En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden
hacer en absoluto lo que se les antoje de un personaje que creen; un ente de
ficción novelesca no puede hacer, en buena ley de arte, lo que ningún lector
esperaría que hiciese...
Unamuno
Un ser novelesco tal vez...
Augusto
¿Entonces?
Unamuno
Pero un ser nivolesco...
Augusto
Dejemos esas bufonadas que me ofenden y me hieren
en lo más vivo. Yo, sea por mí mismo, según creo, sea porque usted me lo ha
dado, según supone usted, tengo mi carácter, mi modo de ser, mi lógica interior,
y esta lógica me pide que me suicide...
Unamuno
¡Eso te creerás tú, pero te equivocas!
Augusto
A ver, ¿por qué me equivoco? ¿En qué me equivoco?
Muéstreme usted en qué está mi equivocación. Como la ciencia más difícil que
hay es la de conocerse a uno mismo, fácil es que esté yo equivocado y que no
sea el suicidio la solución más lógica de mis desventuras, pero demuéstremelo
usted. Porque si es difícil, amigo don Miguel, ese conocimiento propio de sí
mismo, hay otro conocimiento que me parece no menos difícil que él...
Unamuno
¿Cuál es?
Augusto
Pues más difícil aún que el que uno se conozca a sí
mismo es el que un novelista o un autor dramático conozca bien a los personajes
que finge o cree fingir... E insisto en que aun concedido que usted me haya
dado el ser y un ser ficticio, no puede usted, así como así y porque sí, porque
le dé la real gana, como dice, impedirme que me suicide. (Unamuno pierde la
paciencia)
Unamuno
¡Bueno, basta! ¡Basta! ¡Cállate! ¡No quiero oír más
impertinencias!... ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además
no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que te suicides, sino
matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
Augusto
¿Cómo? ¿Que me va a dejar usted morir, a hacerme
morir, a matarme?
Unamuno
¡Sí, voy a hacer que mueras!
Augusto
¡Ah, eso nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!
Unamuno
¡Ah! ¿Conque estabas dispuesto a matarte y no
quieres que yo te mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te
la quite yo?
Augusto
Sí; no es lo mismo...
Unamuno
En efecto, he oído contar casos análogos. He oído
de uno que salió una noche armado de un revólver y dispuesto a quitarse la
vida; salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de
ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la de otro
renunció a su propósito.
Augusto
Se comprende; la cosa era quitar a alguien la vida,
matar a un hombre, y ya que mató a otro, ¿a qué había de matarse? Los más de
los suicidas son homicidas frustrados; se matan a sí mismos por falta de valor
para matar a otros...
Unamuno
¡Ah, ya te entiendo, Augusto, te entiendo! Tú
quieres decir que si tuvieses valor para matar a Eugenia o a Mauricio, o a los
dos, no pensarías matarte a ti mismo, ¿eh?
Augusto
¡Mire usted, precisamente a esos... no!
Unamuno
¿A quién, pues?
Augusto
¡A usted!
Unamuno
¿Cómo? ¿Cómo? Pero, ¿se te ha pasado por la
imaginación matarme?, ¿tú?, ¿y a mí?
Augusto
Siéntese y tenga calma. ¿O es que cree usted, amigo
don Miguel, que sería el primer caso en que un ente de ficción, como usted me
llama, matara a quien creyó darle el ser... ficticio?
Unamuno
¡Esto ya es demasiado, esto pasa de la raya! Esto
no sucede más que...
Augusto
Más que en las nivolas
Unamuno
¡Bueno, basta! ¡Basta! ¡Basta! ¡Esto no se puede
tolerar! ¡Vienes a consultarme a mí, y tú empiezas por discutirme mi propia
existencia, después el derecho que tengo a hacer de ti lo que me dé la real
gana, sí, así como suena, lo que me dé la real gana, lo que me salga de...!
Augusto
No sea usted tan español, don Miguel...
Unamuno
¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español,
español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta
de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi
religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi
Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote; un Dios que piensa en
español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...!
Augusto
Bien, ¿y qué?
Unamuno
Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme?
¿A mí? ¿Tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas! No tolero más. Y para
castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con
que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu
casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
Augusto
Pero ¡por Dios!
(tembloroso y pálido)
Unamuno
No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
(implacable)
Augusto
Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir,
quiero vivir...
Unamuno
¿No pensabas matarte?
Augusto
¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno,
que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se
lo juro... Ahora que usted quiere matarme, quiero yo vivir, vivir, vivir...!
Unamuno
¡Vaya una vida! (con pena)
Augusto
Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser
burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero
vivir, vivir, vivir...
Unamuno
No puede ser ya..., no puede ser...
Augusto
Quiero vivir, vivir... y ser yo, yo, yo.
Unamuno
Pero si tú no eres sino lo que yo quiera...
Augusto
¡Quiero ser yo, ser yo! ¡Quiero vivir!
Unamuno
No puede ser..., no puede ser...
Augusto
Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su
mujer, por lo que más quiera... Mire que usted no será usted..., que se
morirá...
(de rodillas)
¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
Unamuno
¡No puede ser, pobre Augusto -le dije, cogiéndole
de una mano y levantándole-, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable;
no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer
de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de
matarme...
Augusto
Pero si yo, don Miguel...
Unamuno
No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en
efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú.
Augusto
Pero ¿no quedamos en que...?
Unamuno
No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu
hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de
valerte ya la vida...
Augusto
Pero ¡por Dios!...
Unamuno
No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
Augusto
¿Conque no, eh? ¿Conque no? No quiere usted dejarme
ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme,
sentirme, dolerme, serme. ¿Conque no lo quiere? ¿Conque he de morir ente de
ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, también usted se morirá,
también usted, y se volverá a la nada de que salió... ¡Dios dejará de soñarle!
¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se
morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, sin quedar uno! ¡Entes de
ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán, todos, todos, todos. Os lo digo
yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco, lo mismo que
vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro
ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto
Pérez, su víctima...
Unamuno
¿Víctima?
Augusto
¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir! ¡Usted
también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá
usted, don Miguel; morirá usted y morirán todos los que me piensen! ¡A morir,
pues!
Unamuno
(a público)